
La iniciativa Belt and Trail es principalmente un plan de desarrollo basado en un conglomerado de proyectos de infraestructura terrestre y marítima, diseñados a escala continental. Originalmente fue concebido con epicentro en el corazón de Eurasia, pero con el paso de los años se han ido integrando a él regiones como África, el Ártico y América Latina. Gracias a las dimensiones colosales de lo que puede describirse convenientemente como un “proyecto del siglo”, tiene el potencial de reconfigurar el comercio internacional al conectar de manera creativa y dinámica nuevos canales de cambio que alivian la dependencia mundial de las rutas de envío tradicionales.
Por otro lado, en línea con las actitudes tradicionales de la diplomacia china, la Franja y la Ruta tienen un énfasis especial en los países del mundo en desarrollo, de los cuales China forma parte. En ellos se busca promover el desarrollo basado en el mejoramiento de las condiciones materiales locales como eje en la promoción de la estabilidad y la prosperidad.
En el fondo, la iniciativa Belt and Trail puede verse como una salida estratégica, que permite a Beijing superar los complejos desafíos geográficos que la rodean. Tanto China como Rusia tienen la mayor cantidad de fronteras internacionales en el mundo, cada una con catorce países diferentes. Por otro lado, el continente asiático aún tiene una serie de hipótesis sobre el conflicto. En respuesta, Belt and Trail multiplica las formas en que Beijing se conecta con el resto del mundo, garantizándole el acceso a los mercados internacionales sin tener que convertirse en una superpotencia militar y proteger el comercio de las contingencias de guerra.
Finalmente, la iniciativa Belt and the Trail debe ser entendida desde la dimensión del “soft power”; la capacidad del país para actuar en el escenario internacional a través de su influencia, atractivo cultural y prestigio. En este aspecto más abstracto, este proyecto representa la propuesta de China para una nueva etapa de globalización; una etapa que, por primera vez en la historia, no está dictada por el predominio de Occidente. Esto hace posible identificar la huella digital marcada. La iniciativa Belt and Trail comparte la naturaleza tradicional de la influencia china: no es centrífuga, sino centrífuga; no pretende expandirse desde el centro hacia la periferia, sino que busca atraer el centro desde la periferia. Sigue el modelo de la antigua Ruta de la Seda, que durante siglos sirvió de puente entre China y el resto del mundo y que atrajo a comerciantes y exploradores desde los rincones más remotos hasta sus cortes imperiales.
En cuanto a las oportunidades que la Franja y la Ruta le traen a la Argentina, es necesario entenderlas no solo desde un punto de vista interno, sino también desde un punto de vista regional. La inclusión de nuestra república en esta iniciativa, el país latinoamericano más importante hasta la fecha, es sin duda un hecho significativo y un hito en la historia de las relaciones sino-argentinas, que este año cumplirán medio siglo el próximo 19 de febrero.
Sin embargo, dada la escala continental del proyecto, ahora es necesario pensar en la Franja y la Ruta como el motor de la integración latinoamericana; la integración, que debe tomarse no sólo desde el plano político e institucional, sino también desde el plano material, para que los puentes que conecten a nuestra región sean tanto simbólicos como concretos.