
Después de 101 años desde su descripción original en 1817, la enfermedad de Parkinson pasó por su primera pandemia de gripe española en 1918, y 101 años después, con el Covid-19 en 2019, declarada pandemia en 2020, se enfrenta a la segunda, aunque no ha recibido atención médica. la ciencia es medicina. Pero en este momento, mucho ha cambiado en el diagnóstico temprano y el tratamiento de etapas tempranas y avanzadas. Esto hace pensar que esta podría ser la última pandemia a la que se enfrentará la enfermedad como espectador.
La detección temprana de la enfermedad ha demostrado ser crucial y se basa en gran medida en un análisis cuidadoso de los síntomas distintos de las habilidades motoras o el temblor. Aunque el diagnóstico de la enfermedad sigue siendo puramente clínico, la combinación de imágenes moleculares y genética ha tenido un impacto significativo en el diagnóstico de un pequeño número de casos que no pueden determinarse clínicamente.
En los últimos años, a las técnicas de genética rápida se han sumado los protocolos de investigación sobre el uso de inmunoterapia activa o pasiva (vacunas) para determinar el riesgo de una enfermedad y la posibilidad de diferentes subtipos proclives a la terapia enzimática precoz, la terapia génica o la introducción de neuroprotección. en un momento en que los síntomas de la enfermedad aún no han comenzado). Todos estos estaban destinados a aliviar la progresión de la enfermedad.
Tras la introducción de LDOPA (levodopa, un precursor metabólico de la dopamina) en la década de 1960, la introducción de las llamadas terapias avanzadas en los últimos años ha supuesto un giro espectacular en el tratamiento de la enfermedad. Las terapias avanzadas no se aplican a pacientes con enfermedad avanzada, sino a nuevas técnicas de tratamiento distintas de los medicamentos orales, que se aplican a pacientes desde etapas relativamente tempranas cuando el tratamiento oral no proporciona beneficios aceptables. Su implantación en los últimos años ha repercutido positivamente en la calidad de vida de los pacientes. Las infusiones subcutáneas continuas de fármacos mediante pequeñas bombas portátiles que no requieren procedimientos invasivos ni la implantación quirúrgica de electrodos de estimulación intracerebral (DBS) han demostrado un efecto muy positivo en la calidad de vida, la independencia funcional y las actividades de la vida diaria, gracias a la reducción del temblor, involuntario movimientos y principalmente por su efecto en el período de inmovilidad, y resultó que cuanto antes se utilizan, mayor es el beneficio.
El aislamiento social, la falta de ejercicio y la ansiedad derivadas de los largos confinamientos provocados por la crisis del Covid-19 han repercutido negativamente en la calidad de vida de los pacientes con enfermedad de Parkinson. A esto se suma la incertidumbre sobre si la enfermedad es un factor de riesgo para la infección por CoV2 o un temor infundado de que pueda causar la enfermedad de Parkinson en el futuro.
La vuelta a la normalidad después de dos años seguramente reactivará el proceso de desarrollo y prueba de nuevas terapias para su rápida aprobación. Algunos medicamentos ya utilizados, que han mejorado su disponibilidad y administración haciéndolos más efectivos para uso intranasal, sublingual o subcutáneo, ya aprobados en otros países, también pueden estar disponibles en nuestro país. Próximamente, los estimuladores cerebrales eficaces podrán gestionarse de forma remota, haciéndolos más prácticos y accesibles para los pacientes que viven lejos de los centros de referencia. Una vida sana con ejercicio aeróbico y, si es posible, una dieta equilibrada de características mediterráneas son complementos imprescindibles para un tratamiento adecuado.